sábado, 3 de octubre de 2009

APRENDIÓ A OBEDECER (Hb 5, 7-9)


Obedecer. Aprender a obedecer.

Siempre fui obediente cuando hubo que serlo aunque no me gusta que nadie me diga lo que tengo que hacer. Se obedece a quien manda y yo no le otorgo la autoridad sobre mi a cualquiera.

Mandaron mis padres sobre mi en mi niñez y en mi adolescencia o aquellos sobre quienes residía la autoridad en su ausencia. Creo que no le he otorgado la autoridad a nadie más. Al menos la autoridad entendida en este sentido.

Dios sí manda. Y a veces obedezco y a veces no. Sus mandamientos son claros pero no siempre son cumplidos. Hay áreas de mi vida llenas de mediocridad que no se ajustan al mandato. Tengo que seguir aprendiendo y, posiblemente, viviendo y acogiendo el sufrimiento entre otras cosas. El sufrimiento enseña no porque te machaque sino porque muchas veces nos devuelve a la realidad, a nuestra realidad, a la de los demás. Nos baja de la nube y nos tiñe el rosita flojín con el que pintamos el mundo.
Sigo aprendiendo. Sigo obedeciendo.
Un abrazo fraterno


Aprender a Obedecer:

"Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer." (Hebreos 5,8)¿Tuvo Jesús que aprender a obedecer?
El problema no está en aprender. El problema es obedecer.

Porque obedecer significa escuchar al que manda y someterse. Y sin ninguna duda que eso requiere de un aprendizaje. Hay que aprender a conocer al que manda, en este caso a Dios. Un Dios que es tan sabio que ve mucho más allá que nosotros. Y como lo mueve el amor, sus designios son sabios y amorosos, siempre en bien de los que ama. Y Dios ama a todos. Hay que aprender que manda. Porque tiene la autoridad legítima sobre todas las creaturas. Hay que aprender que hay que escuchar. Porque Dios es el que habla. De Él procede la Palabra. Y, cuando Dios habla, habla para ser oído. Habla para ser recibido. Es don que hay que recibir y no es posible despreciar ese don impunemente, porque no se rechaza cualquier cosa. Se lo rechaza a Él. Hay que aprender a escuchar. Porque cuando Dios habla no hay que escuchar sólo lo que gusta y conviene, sino todo lo que dice. Hacer interpretaciones ilegítimas, para disimular su mandato, para desdibujarlo, es ponerse por encima de su autoridad, y de la autoridad de su palabra dicha. Sólo su Espíritu interpreta la verdad de Dios. Quien no tiene el Espíritu de Dios, quien no hace caso al Espíritu de Dios, no podrá interpretar correctamente nunca la Palabra de Dios. No estará compartiendo lo que Dios dice, sino lo que se quiere que diga. No hay que aprender a entender, sino a escuchar. Se equivoca el que quiere primero entender a Dios para luego hacerle caso. Se equivoca porque primero debe creer para entender. Y creer verdaderamente es obedecer, porque es adherirse a Dios y a su voluntad. Por último, hay que aprender a acatar lo que está mandado. Hay que aprender a obedecer, como dijimos, adhiriéndonos por opción personal y libre a Dios para hacer su voluntad, que es sabia y amorosa, aunque no entienda yo sus designios, ni por dónde me conduce, ni qué quiere hacer, ni cómo lo quiere hacer, ni cuándo. Esas cuestiones no me corresponden saberlas porque no voy a juzgar a Dios. Jamás podré, y líbreme Dios de querer hacerlo alguna vez. Jamás tendré la autoridad para cuestionar la autoridad de Dios. Porque no soy sabio, porque no soy más que un pecador.Jesús no era pecador, pero era verdadero hombre. Como Hijo de Dios, es decir, como verdadero Dios, indudablemente conocía y aprobaba la voluntad de su Padre. Pero como hombre debía someter su voluntad humana a la divina. Y como hombre le angustiaba su hora, su muerte, su sufrimiento. Pero aprendió a obedecer, aprendió a acatar, aprendió a entregarse al designio sabio y amoroso del Padre, aprendió a confiar en Él totalmente, esperando que lo libre de la muerte. ¿Cuándo yo obedeceré a Dios de ese modo? Ese día seré un convertido, seré santo.